Con esta película asistimos a un western con (casi) todos sus códigos: hombres rudos, balazos, la soledad en medio de un vasto paisaje natural, códigos de honor, exterminio de indígenas, miradas de soslayo, la lucha entre "civilización y barbarie". Es una mirada directa a un período oculto de nuestra historia, otro más en que muchos pagaron con sangre la riqueza de unos pocos. Y esa sangre, ese rojo, es el que atraviesa (o mancha) la película de principio a fin: Nuestra historia está manchada con sangre, y no precisamente de grandes guerreros sino de inocentes.

Sí, la película es un western pero pese a respetar los códigos, se interna en parajes más sicológicos, surrealistas o de pesadilla, recordando a ratos a Dead Man, de Jim Jarmusch, pero en Los Colonos el relato es más colectivo que personal. Esto se ve reforzado por la apuesta que se hace en utilizar una relación de aspecto 4:3 en lugar del estándar 16:9 o incluso 1,85:1, propios del cine tradicional y del género ya mencionado, usados para realzar los paisajes amplios. Pero acá el paisaje no es el protagonista, el viaje no es hacia afuera: es hacia adentro.
La película es una mirada hacia algo que no hemos querido ver. Nos pide que miremos. Hay diversos planos de ojos y miradas que nos llaman a eso: hubo una etnia, los selknam, que fue exterminada porque el Estado de Chile le regaló sus tierras a un empresario y a éste le importaron más sus ovejas que las personas. Ahora este pueblo originario debe vivir y convivir en el país que los ignoró y exterminó, y que ahora los mira con una curiosa mezcla de simpatía y desprecio. Ese es el mensaje.
No es una película que entregue lecturas simples o mensajes muy directos. No hay una moraleja evidente o un cierre que busque aplausos. Eso quizá ahuyente al gran público pero aún así no es un filme denso o difícil de ver. Mantiene la atención pese a que el guion viaja por diferentes situaciones. De todas ellas rescato la descarnada secuencia de la matanza de un grupo de selknam, donde lo que no vemos, envuelto por la niebla, se siente tanto o más espantoso que lo que tenemos a la vista.
Un detalle interesante es la acertada elección de la canción del final; es un cierre que nos recuerda no solo que la historia de Chile es la historia de una oligarquía dispuesta a todo, incluso matar a sus compatriotas, con tal de mantener sus privilegios y ganar siempre más. La sangre, siempre la sangre. El rojo intenso. Véanla para saber de qué hablo.
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